El arte y la tecnología son dos rostros de la creatividad humana,
dos que además se encuentran estrechamente relacionados, a pesar de las
diferencias que en apariencia tienen entre sí. Aquello que hace el arte en no
pocas ocasiones se ha logrado gracias a un desarrollo técnico específico, una
tecnología cuya existencia permite al artista hacer o dejar de hacer
determinada obra. Sí lo condiciona, pero posiblemente también lo incita a
trascender esas limitaciones. Igualmente, no son pocos los casos en que los
desarrolladores de tecnología se inspiran en el arte para generar nuevos
artefactos que faciliten o mejoren nuestra vida cotidiana.
En este sentido, la relación
entre una y otra actividad humana podría encontrarse en prácticamente cualquier
época, pero sin duda es en tiempos recientes cuando la tecnología posee una
presencia, tan persistente, de algún modo tan ineludible, que el arte se ha
encargado de incorporarla a sus procesos, tanto como un recurso, un
instrumento, como parte del examen de la realidad contemporánea, cuando muchas
de nuestras prácticas e interacciones pasan casi necesariamente por un
dispositivo tecnológico.
Las proyecciones digitales,
el desarrollo del sonido de alta fidelidad, el videomapping, el uso de apps que
complementan una exposición o una obra, la transformación del cine gracias a
tecnologías como el 3D, la influencia de las redes sociales y su particular
forma de comunicación en la literatura y la poesía, son algunas muestras de
cómo la tecnología se ha ido filtrando hacia el quehacer artístico, tomando el
lugar de los óleos de antaño y en muchos casos generando nuevas formas de
aprehender fragmentos de la realidad desde la perspectiva estética.
Curiosamente, esta última
característica de nuestra época es de algún modo recíproca, pues también ha
derivado en una suerte de popularización de cierta actitud artística frente a
la vida. El hecho, por ejemplo, de que un teléfono portátil esté equipado con
una cámara fotográfica de buena calidad, hace posible que al menos
potencialmente cualquiera pueda tomar una buena fotografía, acaso también, por
qué no, una fotografía artística. La tecnología moderna, a través de todo tipo
de gadgets, pero especialmente a través de los smartphones que han logrado una
enorme penetración, ha empoderado a los ciudadanos del mundo con la capacidad
de ejercer y compartir una veta artística y capturar los momentos más
significativos de su existencia de manera fluida. Entre los últimos avances de
esta tecnología de cámaras en smartphones podemos destacar el Nokia Lumia 925,
que cuenta con óptica Carl Zeiss y seis diferentes lentes, además de la
tecnología PureView que permite capturar imágenes de alta calidad en la noche
(captando hasta cinco veces más luz que la mayoría de los smartphones).
Asimismo, la posibilidad de ajustar manualmente el enfoque, la velocidad del
obturador, el balance de blancos y una serie de innovadores funciones, vuelven
a este dispositivo una cámara profesional que amplía el margen de creatividad
para el usuario, llevando las posibilidades de captación estética de un smartphone
a un nuevo nivel. Como se ha demostrado ampliamente en la historia de la
fotografía, es la manipulación de la escena, el juego de luz y del movimiento,
la sutil y delicada conjugación de circunstancias materiales y técnicas, lo que
hace posible el milagro secreto, el descubrimiento inesperado de esos detalles
de la existencia que la lente revela al ojo profano y escéptico, imágenes que
nuestro ojo desnudo creería imposibles y que, no obstante, gracias al artificio
de la fotografía, se vuelven parte de nosotros y de la mirada con que hacemos
nuestro el mundo.
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